El grupo después de otear a un lado y otro decide que ha encontrado su lugar de asentamiento.Tras dejar los enseres en el suelo, el pater familias, rodeado por el resto de los miembros del grupo, clava el asta a conciencia para, luego, insertar el parasol de lona o loneta. Una vez realizado este primer paso del ritual, se sitúan los útiles playeros y las viandas alrededor, ocupando un espacio mínimamente vital.
Las explicaciones a esta actuación pueden ser variadas. Un psicólogo freudiano indicaría que la sombrilla es un símbolo fálico, y, cómo tal, el hombre es quién lo porta consigo y es el encargado de hincarlo en la arena de la playa como si del acto sexual se tratara, dejando de manifiesto en esta acción todo un lenguaje gestual o de su potencia viril o de una insatisfacción sexual ( véte a saber).
Pero esta teoría fálica-playera no me acaba de convencer y creo que existe otra más verosímil.
Para los seguidores de la utilidad simplista, la sombrilla sólo sirve para darnos sombra y cobijo en los días de verano en que Lorenzo aprieta con ganas y que no hay que buscarle tres pies al gato. No le pongo pegas a esta teoría, porque yo misma lo he comprobado, aunque, después de haber realizado varias observaciones, creo que tenemos que mirar más allá de nuestras narices. Veamos.
El grupo playero repite esquemas y costumbres adquiridas a lo largo de los siglos; el miembro masculino es el cazador del clan, el conquistador de territorios, y, en este caso, se trata también de la conquista de un territorio para todos los miembros de la familia. La sombrilla se convierte, entonces, en el símbolo o señal ondeante de un espacio ocupado y delimitado por toallas, bolsos, cubos, palas, sillas y un largo etc.
Y si no me creéis, probad ir un día a la playa sin ella, situaros con vuestras cosas sin su amparo y comprobad lo que ocurre. En breve tiempo, vuestro espacio estará completamente invadido por otros clanes u hordas playeras.
---Fotografía cedida por Cristina.R.---